Carlos Tobar, Neiva, noviembre 22 de 2016

El último hito, en el fuerte sacudón que está viviendo el orden político planetario, ha sido el triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos de América. Hace unos meses, no más, nadie daba un peso por la aspiración de Trump. Un personaje caracterizado como políticamente incorrecto: ignorante, chabacán, misógino, xenófobo…, era considerado como un loco extraído de un ‘reality show’, sin ninguna posibilidad de éxito. Se enfrentó al ‘establishment’ de su propio partido, el republicano, al que derrotó, de manera aplastante, en la carrera por la nominación presidencial. Luego, prácticamente solo, hubo de confrontar a la candidata de los grandes poderes concentrados en la gran banca –Wall Street–, la clase política tradicional y los más importantes medios de comunicación. Con el paso de los días, se fue decantando el gran rechazo que se ha acumulado en la principal potencia del mundo contra todo lo que representan esos poderes. Un signo paradigmático no solo de este país, sino del mundo entero.
¿Qué pasó?, o ¿qué está pasando? La respuesta no es sencilla, ni tiene una única causa o razón. Pero, para los efectos de este corto artículo esquematicemos, lo que a nuestro juicio pueden ser algunas de las causas determinantes de esta ‘tormenta perfecta’. El primer hecho es el rechazo a la globalización; un proceso que ha generado un crecimiento importante del producto bruto mundial, pero cuyas ganancias han terminado concentradas en las grandes multinacionales y los más ricos del planeta. Mientras tanto, las mayorías de trabajadores asalariados y los empresarios no monopolistas, han venido perdiendo capacidad de compra con ingresos decrecientes que han deteriorado la calidad de vida de sus familias. A la par, se han producido dos grandes revoluciones tecnológicas –ya vamos en la cuarta–, que han desplazado gran cantidad de trabajos por el fenómeno de la automatización. El tercer hecho, es la financiarización de las actividades económicas, un proceso donde el sector financiero domina hegemónicamente al resto de las ramas productivas, quedándose con la mayor parte de la riqueza generada sobre la base del monopolio del crédito y la manipulación de los centros de comercio mundial (bolsas). Además, el consumismo propio de la economía de lo efímero con la tendencia marcada al individualismo –tú puedes solito, sé emprendedor, etc. –, desarticula a las sociedades, impidiéndoles a esos individuos aislados defenderse del andamiaje de alienación que les han impuesto. Sumémosle la corrupción de las élites en el poder y la pérdida de credibilidad de las instituciones gubernamentales, a todos los niveles, y empezaremos a comprender la magnitud de la crisis que sacude al sistema dominante.
En un estado de cosas así, ¿por qué extrañarse de que trabajadores blancos, de clase media, que habían gozado del progreso inicial de la posguerra, en los países desarrollados de Europa y los EE.UU., quieran echar a andar hacia atrás la rueda de la historia? ¿Y, que para hacerlo recurran a demagogos como Trump –el antipolítico– que les ofrece el paraíso capitalista que, precisamente, es la causa de sus desgracias? La destorcida de este descomunal equívoco tendrá, a no dudarlo, otro desenlace. Saludemos, los tiempos turbulentos que se abren diciendo como Marx: ¡lo único que hay por perder, son las cadenas!

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