Sergio Fernández Granados, Bogotá, enero 25 de 2017

Entre los años 2006 y 2015, Enrique Peñalosa fungió como director del Instituto de Políticas para el Transporte y el Desarrollo, ITDP, organización creada para promover la implementación de Buses de Transito Rápido, conocidos por sus siglas en inglés como BRT y en Bogotá, como Transmilenio. Dicha organización, financiada entre otros, por Volvo –empresa que fabrica Transmilenio-, pagó al Alcalde medio millón de dólares en honorarios por sus buenos oficios vendiendo buses por el mundo. El negocio ha resultado tan rentable que Volvo acapara el 80% del mercado de buses en Latinoamérica.

Tras siete años de estudios que costaron más de 130 mil millones de pesos y que definieron la necesidad de construir un metro subterráneo por el centro de la ciudad, Peñalosa, sin una sola razón técnica, desechó dichos estudios y remplazó la propuesta de metro subterráneo por un metro elevado sobre la Avenida Caracas que servirá de alimentador de Transmilenio, contrariando así las razones técnicas que indican la necesidad de un sistema de transporte multimodal que combine buses, trenes, bicicletas, transporte particular, etcétera, pero eso sí, cada uno jugando el papel que le corresponde, pues es obvio que no es lo mismo un bus que un metro, de manera que el eje del sistema de transporte público debe ser el medio de transporte de mayor capacidad y velocidad: el metro, no los buses.

Para justificar el despropósito de imponer un metro elevado, Peñalosa afirma que éste resulta más barato que el subterráneo, pero la realidad demuestra que cuando se trata de metros elevados lo barato sale caro, pues dado su impacto negativo en materia ambiental, paisajística y de seguridad, los metros elevados están mandados a recoger en el mundo, como lo reconoce el mismo Peñalosa.

Antes de ser alcalde, Peñalosa era el vendedor de buses más grande del mundo, hoy siendo alcalde, quiere convertirse en el comprador de buses más grande del mundo. De tener éxito su propuesta, en 30 años Bogotá apenas tendría una línea mediocre de metro, mientras que el resto de corredores se llenarían de Transmilenio. El decoro y la transparencia indican que lo mínimo que debe hacer el Alcalde es declararse impedido sobre esta materia y otras, por ejemplo, si Peñalosa piensa vender la ETB y el 20% de la Empresa de Energía de Bogotá y usar estos recursos para apalancar el negocio privado de Transmilenio por la carrera séptima, debería dar un paso al costado; lo mismo debería hacer si piensa arrasar la reserva Van Der Hammen para atravesarla con buses.

Peñalosa cuenta con el apoyo de buena parte de la prensa, mayorías en el Concejo de Bogotá y el apoyo de la clase política tradicional, así que no dará un paso al costado. Ante la ausencia de contrapesos a su mal gobierno la única alternativa que le queda a los ocho de cada diez bogotanos que desaprobamos la alcaldía de Peñalosa es la revocatoria de su mandato.

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