José Rafael Espinel Páez, Bogotá, enero 1 de 2017

Para perpetuarse en el poder, las elites que se creen las dueñas de Colombia trazaron la estrategia de servir a intereses foráneos aplicando el libre comercio y el neoliberalismo. Arruinan a los sectores productivos y, al mismo tiempo, se las arreglan para cooptar a la clase obrera y al campesinado y para entretener a las capas medias y al empresariado. Pero a la larga son los sectores avanzados de los trabajadores los únicos capaces de sobreponerse a esas maniobras de corto vuelo. Porque éstos cuentan con arraigo en la nación y pueden tener una visión que les permite defender con éxito la soberanía, el trabajo, la producción y la auténtica democracia, herramientas fundamentales para forjar riqueza en beneficio del país y su gente.

La mejor defensa de los intereses de obreros, campesinos, empresarios y demás sectores nacionales será combatir las políticas que apuntan a destruir la infraestructura industrial y agropecuaria nacional. Para esto, se precisa erigir un nuevo Estado que defienda el mercado interno y brinde todo el sustento necesario para la eficaz producción, comercialización y consumo de mercancías, bienes y servicios de calidad, así como de alimentos sanos sustentables con el medio ambiente que garanticen la seguridad y soberanía alimentaria.

Para que lo anterior pueda hacerse realidad, es necesario contar con un programa nacional y democrático, para que las fuerzas productivas de nuestro país cuenten con una real capacidad nacional de competencia y así generar riqueza a partir de nuestros vastos recursos naturales y el trabajo de nuestro pueblo. Al respecto, el Estado debe dotar a la sociedad en su conjunto de salud y educación universal sin costo y de óptima calidad y un mínimo vital gratuito de agua. Estos servicios públicos serán prestados por entidades públicas, mixtas o privadas, cuyos costos, inversiones, ganancias e impuestos sean razonables y estén exentos de corrupción y otras arandelas.

Esta titánica tarea se puede alcanzar. Contamos con un país que posee una inmensa riqueza material y un pueblo, en su gran mayoría, noble, honrado y trabajador. Las metas, entre otras, fortalecer aquellas empresas que aún sean patrimonio público de la nación; defender el medio ambiente; dar un impulso decisivo a la producción industrial y agropecuaria; administrar mejor los recursos naturales y las regalías, pactando mejores contratos de concesión, renegociar el servicio de la deuda externa e interna y, obviamente, modificar la estructura tributaria.

En materia impositiva y teniendo en cuenta que se deben suprimir los impuestos regresivos como el IVA, por su carácter antidemocrático e inequitativo, se debe aprobar una estructura tributaria progresiva, en la que se aporte de acuerdo con el patrimonio y los ingresos. Puede ser mediante una progresión aritmética Ej. (3, 7, 11, 15, 19, ….) o una progresión geométrica, Ej. (1, 3, 9, 27, 81, ….). Lo anterior es posible porque “dinero sí hay”. Lo que pasa es “que la platica está mal repartida”, como dice el vallenato compuesto por Gildardo Montoya Ortiz y que canta Alejandro Durán.

Esta equitativa progresividad permitirá que la gente aporte con gusto, puesto que su esfuerzo se verá compensado con los buenos servicios que el Estado proporcione y los suministrados por los privados serán debidamente regulados. Con la ecuación económica y tributaria progresiva aquí propuesta, se garantizará desplegar el ingenio e iniciativa y capacidad de todas las fuerzas productivas y sectores sociales de la nación.

Como Jorge Enrique Robledo Castillo es una persona honrada, honesta y capaz, que encarna este anhelo de cambio, con los anteriores elementos y otros que surgirán, la inmensa reserva moral con que cuenta Colombia tendrá el incentivo necesario para ponerse de pie, conformar una Gran Convergencia Nacional para llevarlo a la Presidencia de la República en el 2018. Con Robledo empezaremos a transitar por una senda de progreso, bienestar para todos, una venturosa patria y se demostrará que este país si tiene arreglo.

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