A Es apenas lógico que en las filas de varias organizaciones políticas de izquierda, así como en otras catalogadas como «agrupaciones de centro», se hayan despertado inquietudes sobre los pasos tácticos a dar para enfrentar las aspiraciones reeleccionistas de Álvaro Uribe. Sin dejar de considerar las pasadas experiencias electorales de la izquierda y la oposición, la referencia principal para tal batalla es el proceso de unidad y aglutinación de fuerzas que derrotó el referendo uribista.

Todos a una contra las pretensiones de Uribe de enquistarse en el poder, es un lema acertado en la medida en que exprese el rechazo radical a la política que este viene aplicando. Sólo en este sentido los clamores unitarios corresponderán al ánimo y a los intereses de sectores de masas cada vez más amplios, cuya condena del gobernante –quien ya recibió una rechifla pública en Bogotá– no se limita a repudiar su autoritarismo atravesado y sus maneras mañosas de administrar, ni el comportamiento basto y la mediocridad provinciana con que adelanta su gestión, sino la política que encarna y ejecuta. Es decir, la política neoliberal que ha tenido como programa de gobierno, la que durante casi treinta meses ha aplicado a rajatabla causando mayor estancamiento y ruina en renglones claves de la economía agraria e industrial; carencias y estrecheces, pobreza y miseria en las capas populares de la población; recortes y eliminación de reivindicaciones laborales y derechos democráticos, y una generalizada degradación en la vida social. En fin, la misma política que pretende prolongar y ahondar con la reelección que ahora trama, sacando a relucir tanto su deshonestidad respecto a las reglas del juego vigentes como su clientelismo y politiquería.

Si, para que valga la pena, el propósito es derrotar la política que representa Uribe Vélez, el candidato de las fuerzas de izquierda y oposición que lo enfrente debe personificar una política que le sea antagónica. El cambio que necesita el país no se limita a las modas y modos políticos. No es elegir a un administrador de las mismas concepciones, planes y proyectos políticos ya estatuidos, fenómeno que cuando se pone en entredicho casi siempre da lugar a que se responda con la excusa típica del apocado político: que se tiene el gobierno pero no el poder.

Nunca sobra la siguiente observación a ese respecto: para desnudar el carácter y naturaleza de los gobernantes que las defraudan o tratan de engañarlas, las gentes suelen señalar que se trata de «los mismos con las mismas», emparentándolos así con los tradicionales políticos al servicio de la oligarquía dominante, pero, sobre todo, denunciando que estén con las mismas, es decir, abogando por las políticas lesivas de la democracia y de la nación y sus mayorías. También para dejar políticamente al descubierto a los miles de astutos que con miles de estratagemas tratan de embaucarlas, expresan que «es la misma perra con distinta guasca».

Justamente para contrarrestar los infundios de sus contradictores y demostrarles a los millones de colombianos de bien que no se trata de «la misma perra» ni que se está «con las mismas», las fuerzas políticas que se dispongan a ofrecer una auténtica alternativa a la política vigente deben empezar por discutir serena y seriamente sobre los puntos programáticos que, respondiendo a los ingentes y agobiantes problemas de la nación, le ponga bases firmes a un proceso unitario. Insoslayables, las diferencias existentes se deben debatir. Aunque esta confrontación de criterios, enmarcada en la aún más insoslayable lucha ideológica, se la ha tratado de desvirtuar a nombre de un barato pragmatismo político –fundamentado desde siempre en el lastimoso electoralismo y hoy reforzado por la charlatanería neoliberal—, la verdad es que posee el potencial tanto para definir con mayor transparencia las fronteras políticas como para perfilar y acentuar las identidades.

B Ningún plan o programa económico, social o político puede plantearse en el país de manera honesta como solución o alternativa, sin abordar seriamente primero la recuperación de la soberanía nacional. La más enjundiosa actitud propositiva, que algunos tocados por una acomodaticia tendencia a la conciliación les reclaman a las fuerzas de izquierda, es decirle un rotundo no a la telaraña de medidas que supeditan la nación al poderío de Estados Unidos y los intereses de su cúpula financiera. Y, obrando en consecuencia con esa negación y para que los pronunciamientos y declaraciones en ese sentido no se conviertan en un escapista «canto a la bandera», dichas fuerzas deben orientarse a emprender junto a las masas el laborioso esfuerzo de romper una a una las ataduras. Cada amarra imperialista desatada en lo económico y lo político será un yugo menos que se sacuden nuestros compatriotas. Es precisamente este imbricado conjunto de tales acciones lo que constituye la resistencia civil.

La dimensión que ha alcanzado la pérdida de soberanía se reflejó en los actos efectuados durante la parada de Bush en Cartagena: un Uribe, manso y venerador ante la bandera y el jefe del imperio, mendigando armas y dólares para sus obsesiones militaristas dentro del Plan Colombia que la administración demócrata de Clinton le elaboró y le impuso al país, y suplicando que Bush tenga consideraciones en el tratado comercial a firmarse entre los dos países.

Un importante diario norteamericano, luego de señalar a Uribe como el dirigente que con mayor tenacidad respalda a Bush en el Hemisferio, expresó que la visita de éste a Cartagena fue planeada para exhibir los beneficios que reporta hablar duro sobre terrorismo y ser amigo de los Estados Unidos. Se explica así que Uribe, sabiendo que la marca de fábrica de la política imperialista de Bush es una mesiánica cruzada contra el terrorismo, haya mencionado en su discurso de página y media once veces esa palabra. Y también que Bush, redondeando la puesta en escena, haya expresado al iniciar su discurso la gran estimación por este hombre que le cumple, afirmado que se sentía «orgulloso de estar con mi amigo», reiterado enseguida que «él es mi amigo» y, para que no quedaran dudas, remató su alocución con un «estoy orgulloso de llamarlo mi amigo”»

Mas aquí la comedia envuelve la tragedia. El ya hoy notorio clientelismo que Uribe se complace en practicar con parlamentarios pusilánimes para que le aprueben sus planes de reelección, es una simple caricatura, como también ocurre con otros aspectos de su gobierno y conducta, del clientelismo que Bush practica con él para convertirlo en un yes man, un subordinado servil, para la aprobación del intervencionismo norteamericano tanto en Colombia como en otros países. Famoso por lo escandaloso fue el respaldo de Uribe a la invasión que Estados Unidos y un puñado de gobiernos condescendientes lanzaron contra Irak. Ahora que sin mayor retórica diplomática el secretario general de la ONU, Koffy Anan, ha calificado de ilegal dicha invasión, los colombianos, empezando por las organizaciones y personas que se proclaman respetuosas del derecho y la comunidad internacionales, deberían exigirle al gobierno de Uribe que se retracte de su celestinazgo con el gobierno de Bush en esa tropelía continuada, hoy más salvaje, contra la población iraquí.

*** Al igual que ocurre en la Gran Coalición Democrática, donde las discusiones entre las distintas fuerzas sindicales, sociales y políticas han sido una constante que ha fructificado en las mayores acciones de masas contra la política imperante –entre ellas el triunfal combate contra el referendo– las organizaciones de izquierda y de oposición deben discutir y llegar a consensos respecto a una cuestión fundamental: la lucha por conquistar la plena soberanía económica y política. Los lineamientos para esta tarea, la principal, constituirían la médula de un programa democrático y patriótico que guíe la batalla contra la reelección de Uribe y surta el contenido de las campañas de los candidatos de las diversas fuerzas a las corporaciones públicas, así como el de la campaña presidencial de un candidato de unidad.

Con este último propósito, el MOIR, junto a los demás integrantes de Alternativa Democrática, ha propuesto el nombre del senador Carlos Gaviria, quien por su consecuente y honesta trayectoria política, capacidad intelectual y académica, y la seriedad de sus planteamientos, encarna el cambio de rumbo que hoy precisa la nación.

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