Este año, el inglés y el español conmemoran el cuarto centenario luctuoso de sus escritores máximos, Shakespeare y Cervantes

Las lenguas, todas las lenguas, son instrumentos prodigiosos para la configuración de nuestras identidades personales y sociales. Gracias a ellas podemos comunicar lo que pensamos y sentimos, lo que vemos del mundo en torno y dialogar con los demás para entendernos o para discrepar. A través de la lengua atesoramos y transmitimos el legado de nuestros saberes filosóficos o científicos. Incluso, se repara también en su valor económico, en términos del producto interior bruto de cada país.

Pero donde el rendimiento de la lengua se expresa al máximo es cuando las palabras, creativamente, se hacen música, imagen y arte. La literatura es el ámbito privilegiado de tal logro, y sus frutos superan las barreras del espacio y del tiempo: por eso Cervantes y Shakespeare son clásicos.

El crítico norteamericano Harold Bloom ejemplifica su admiración hacia el autor de Hamlet con una declaración que puede parecer escandalosa, cuando afirma que la personalidad humana, en nuestra concepción moderna, es una invención shakespeareana. Y en su libro Where Shall Wisdom Be Found consagra el hermanamiento entre Shakespeare y Cervantes cuando los sitúa, hombro con hombro, entre las parejas de autores en los que funda su concepto de literatura sapiencial, y les atribuye la supremacía entre todos los escritores occidentales desde el Renacimiento hasta hoy.

Ello no le impide señalar las diferencias entre ambos, pues la literatura de Shakespeare nos enseña sobre todo cómo hablar con nosotros mismos. Sus grandes figuras dramáticas son magníficos solipsistas, mientras que Don Quijote y Sancho se escuchan de verdad el uno al otro, y cambian a través de su receptividad, de sus maravillosas conversaciones.

Precisamente dedicará especial atención a Cervantes el séptimo congreso internacional de la lengua española, que se desarrollará en San Juan de Puerto Rico entre el 15 y el 18 de marzo. Allí será el francés Jean-Marie Le Clézio el primero en rendir sus honores de premio Nobel de Literatura al autor de El Quijote, el segundo libro más traducido a las distintas lenguas después de la Biblia.

Este congreso puertorriqueño sigue a los que desde 1997 se realizaron en Zacatecas, Valladolid, Rosario, Cartagena de Indias, Valparaíso y Ciudad de Panamá. Se trata del gran escenario que cada tres años reúne en un país hispanohablante una cumplida representación de los escritores, artistas, cineastas, críticos literarios, intelectuales, científicos, lingüistas y estudiosos de las culturas para abordar un gran asunto relacionado no solo con el español, sino también de las otras lenguas habladas en los territorios hispánicos, que se extienden por cuatro continentes.

En esta ocasión se abordará el tema de la creatividad, que incluye aspectos parciales relacionados con la literatura y el mundo editorial, con las otras artes y el llamado espacio iberoamericano de conocimiento, con la ciencia (con la presencia del Nobel mexicano de Química Mario Molina), el pensamiento y la comunicación en español, y con la unidad y diversidad de este idioma y sus relaciones con las otras lenguas de América, África, Asia o Europa.

Capítulo aparte merecerá la quintaesencia de la creatividad lingüística, que no es otra cosa que la poesía. En Puerto Rico, la patria de Luis Palés Matos, recibió en 1956 la noticia de su Nobel de literatura Juan Ramón Jiménez y allí descansa para siempre otro miembro de la llamada “generación del 27”, Pedro Salinas.

Este grupo de extraordinarios cultivadores de la lírica, al que pertenecieron también Rafael Alberti, Jorge Guillén, Federico García Lorca o el Nobel de 1977 Vicente Aleixandre, no hubiese podido existir sin la reinventada creatividad de la lengua poética española aportada por el nicaragüense Rubén Darío, cuyo primer centenario luctuoso estamos celebrando.

La única figura literaria de la América del siglo en el que Rubén nació, y que cumplió para su lengua y para su poesía el mismo papel renovador y visionario que el nicaragüense para el español, fue precisamente el norteamericano Walt Whitman, que vio la luz en 1819 y falleció en 1892.

Whitman y Darío fueron, pues, rigurosamente coetáneos durante tan solo veinticinco años, y les separaba casi medio siglo entre sus respectivas edades. Pero tenemos constancia de que la trascendencia de la obra del norteamericano no escapó a la inagotable curiosidad y erudición enciclopédica que caracterizaron al literato nicaragüense.

Darío y Whitman viven. Como Cervantes y Shakespeare. Son cuatro de nuestros primeros clásicos para quienes hablamos español o inglés, para la Humanidad entera también. No importa que hayan pasado cien o cuatrocientos años. No necesitan otro epitafio que nuestra adhesión. Cada vez que los leemos estamos reviviéndolos. Pero de no ser así, bien podríamos grabar sobre su lápida el verso de Byron: “Pues la espada duró más que su vaina” [The sword outwears its sheath].

*Darío Villanueva es el director de la Real Academia Española y presidente de ASALE, Asociación de Academias de la Lengua Española.

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