En una revelación incesante de la vigencia que en nuestra época tiene el riguroso análisis de la realidad contemporánea realizado por Francisco Mosquera, el desenvolvimiento de los antagonismos sociales a nivel nacional e internacional, durante el año transcurrido desde su muerte, sigue el curso histórico que él señaló. Este hecho prueba una vez más que su obra teórica está tan radicalmente afirmada en nuestro tiempo que, una vez conocida, no puede ser exceptuada por quienes precisan de una concepción revolucionaria para transformar el mundo y requieren de criterios esclarecedores y certeros en la lucha contra el imperialismo y la reacción. Ante esta evidencia, y como es natural que sus enemigos intentarán por todos los medios ignorarla o tergiversarla, es nuestro deber, primordial e ineludible, divulgar su significado más allá de las fronteras partidarias, proletarias y nacionales. Igualmente, pregonar a los cuatro vientos lo que la hizo posible: una vida comprometida íntegra y permanentemente en subvertir la situación degradante que las clases dominantes imponen sobre las masas populares.

Francisco Mosquera avizoró desde su juventud la necesidad de servir a su pueblo y con ese propósito emprendió el rechazo, y se despojó de las ideas y actitudes atrasadas que, prevalecientes en la sociedad, se inculcaban por doquier. Su rebeldía lo llevó a situarse inicialmente en un entorno de pequeños burgueses que buscaban las formas de hacer revolución aglutinados bajo la sigla del MOEC. Allí efectuó sus primeras prácticas políticas y pudo comprobar los desatinos que se producen cuando los desenfoques e incoherencias de la pequeña burguesía son trasladados a las luchas sociales. Emprendió entonces su gran negación de este fenómeno. Y no lo hizo con un espíritu vacilante o ecléctico, pues no era una negación vacía, inútil o escéptica, sino que ya entrañaba la afirmación de lo proletario y el desarrollo de lo revolucionario.

Fue ésa una postura decisiva en la cual aparecen dos características, inherentes a los verdaderos revolucionarios, que el camarada Mosquera guardaría a lo largo de su existencia. El valor para pensar de manera crítica y refutar a fondo las irracionalidades ideológicas y políticas que se generan en el desprecio de las condiciones sociales y materiales existentes, casi siempre acompañadas de elucubraciones idealistas, y que conducen a la adopción de métodos de organización y de lucha lesivos para la revolución. Ligado a ese valor se manifiesta el que tuvo para llevar a la práctica sus ideas, sin temerle a la realización de tareas arduas y complejas, librando ingentes batallas contra toda suerte de enemigos de clase y del MOIR, en una calificada conjunción de osadía e inteligencia. Desplegar estos valores le permitió su gran afirmación de lo propio de la clase obrera: el punto de vista materialista del mundo y de la historia; la síntesis conceptual de sus intereses y sus luchas: el marxismo-leninismo y el maoísmo, y la dialéctica como forma de movimiento de todo lo existente.

A partir de entonces su cometido fue aún más fecundo. Con su capacidad para aprehender y manejar esas armas emprendió el examen concreto de la situación nacional, es decir, de su base económica y su superestructura política e ideológica, y, lo que es igualmente importante, de su interacción, a fin de extraer criterios políticos acertados. Esta labor, simple en su enunciado pero titánica en su realización, exigía combinar serias investigaciones teóricas con el conocimiento que iba brotando de la práctica política. Sus conclusiones no pudieron ser más fructíferas: señaló al imperialismo norteamericano y la oligarquía colombiana conformada por grandes burgueses y terratenientes como los principales impedimentos para el desarrollo económico y el progreso democrático del país al imponer unas relaciones de producción anacrónicas, someter a la población a la sojuzgación política y socavar la soberanía nacional. En consecuencia, para sacudirse la dominación y cambiar esas relaciones, las clases populares deben conformar un frente único que, con el proletariado a la cabeza, establezca una república popular, democrática, libre y soberana. Tal es la revolución de nueva democracia que el camarada Mosquera trazó como programa para el período actual.

A darle soporte político y científico a este programa revolucionario dedicó sus mayores esfuerzos, pues sabía que toda tesis correcta surge, se desenvuelve y se consolida en medio de la lucha. Que la verdad en política, al igual que ocurre con los otros objetos del conocimiento humano, no es algo estático sino un proceso y que a ella se llega comprendiendo el movimiento de la sociedad originado en las contradicciones de las clases. Con tal saber dialéctico, este profundo captador de verdades les imprimió a sus ideas la cualidad especial de que no puedan ser tratadas unilateralmente, ni tomadas con rigidez y mucho menos petrificarlas, puesto que eso equivaldría a desvirtuarlas. Específicamente, reviste importancia fundamental el hecho de que en la línea política que formuló y la sustentación que le dio, su pensamiento, esa espiral, no admita fragmentaciones dogmáticas.

Poseía nuestro líder una cualidad propia de los hombres excepcionales como es lograr que lo particular, singular e individual de su actividad y su pensamiento esté inmerso con toda su riqueza en lo universal. No es extraño entonces que, por ejemplo, en lo particular de la lucha de clases nacional encontrara la esencia de la lucha de clases a nivel internacional, que en la singularidad de las batallas en defensa de los intereses del proletariado que libraba su Partido hallara los fundamentos de la lucha de la clase obrera en todo el mundo, que en su práctica y relaciones individuales descubriera lo que alienta al género humano en su labor transformadora de la naturaleza y la sociedad. De allí que la universalidad que caracteriza su obra no resida en la cantidad de temas que trató sino en el examen concreto, en sus múltiples relaciones, que hizo de ellos. Se explica de este modo que junto a las cuestiones políticas se encuentren criterios y estudios sobre economía, historia, ciencia, literatura, arte y cultura que constituyen una verdadera alegría en el progreso del conocimiento humano.

Enfrentó dos tendencias que afectaban a los sectores revolucionarios. Una, nacida en las concepciones y métodos de vacuo radicalismo alentado por grupos de la pequeña burguesía, con desconocimiento del grado de desarrollo económico y social y de las posiciones de las distintas clases, de su correlación de fuerzas y del ánimo y comprensión política de las masas. De aquí surgía una gran equivocación sobre los blancos principales y secundarios de la revolución y las formas de lucha y organización que debían presidir cada período. La otra tendencia, que brotaba en el seno de los antiguos partidos comunistas, correspondía a la presencia de posiciones burguesas en sectores obreros y populares y pugnaba por la conciliación entre las clases y la exigencia de reformas al régimen mas no su cambio, lo cual equivale a seguir sosteniéndolo y a alejar e impedir la revolución. (…) Estas tendencias (…) terminaron por conjugarse en Colombia tanto en su contenido como en sus métodos. Como lo ha demostrado el fracaso, crisis o degeneración que ellas han experimentado, el camarada Mosquera tuvo razón en su ponderada y contundente crítica, y la sigue teniendo. Y no sólo en el ámbito del país, pues su refutación abarca a todos los partidos, agrupaciones y movimientos que bajo los mismos criterios erróneos proliferaron en América Latina y a los que aún hoy intenten bajo nuevas formas y mixturas restaurar lo que los hechos y la historia han desechado.

Ese combate crítico contra el extremoizquierdismo y el revisionismo tenía estrecha relación con la polémica que en el movimiento comunista internacional libraba Mao Tsetung contra quienes traicionando el marxismo inundaban de ideas burguesas y bucrocratismo los partidos obreros y asaltaban el Poder en los Estados socialistas. La actitud que ante este debate planetario y sus consecuencias asumió nuestro Secretario General fue trascendental para el MOIR y la revolución. Primero, asimiló tesoneramente las lecciones maoístas que la confrontación teórica iba arrojando y las convirtió en guías para la construccion y actividad partidarias, y no en dogmas como hicieron otros con fanatismo, tergiversándolas antes de repudiarlas groseramente. Segundo, ingresó a la arena de la lid proletaria respaldando el maoísmo, incluida su herramienta clave contra la involución del socialismo: la Revolución Cultural Proletaria. Su combate por los principios del marxismo adquirió mayor prestancia y significación al fallecer Mao y sobrevenir la embestida del socialimperialismo soviético y, luego de su derrumbe, la cruzada de recolonización del imperialismo norteamericano, que incluye un ataque cerrado contra la ideología de los trabajadores. Como lo prueban su esclarecedora defensa de la teoría marxista, los análisis de la situación mundial y su manifiesto e irrestricto apoyo a la lucha de los pueblos, apoyo que se extendía por los cuatro puntos cardinales pues iba desde Vietnam, Camboya y Afganistán hasta Granada, Panamá y Haití, el camarada Mosquera se sumó a los capitanes de los explotados y desposeídos de toda la Tierra.

Al asir de manera íntegra y prioritaria los intereses de la clase obrera, nuestro fundador pudo analizar el estadio económico en que se hallaban las otras clases y calibrar sus fuerzas, así como sus mudables inclinaciones políticas.

Aunque su principal objetivo, siempre alcanzado, era determinar de manera correcta la estrategia y táctica del proletariado y su Partido, tuvo además como resultado una acabada disección de la sociedad colombiana, pues el análisis cubrió cada período de la vida nacional durante las últimas tres décadas.

No hubo suceso político o social de importancia que no pasara por su apreciación crítica: el régimen antidemocrático del Frente Nacional que impusieron las clases dominantes y sus partidos; las sucesivas políticas reaccionarias que desde el Estado dictaron Lleras Restrepo, Pastrana y López Michelsen, Turbay Ayala y Betancur, Barco y Gaviria; la conducta antipopular de los partidos tradicionales y las debilidades e inconsecuencias de partidos y movimientos de oposición; el conjunto de hechos en que se manifestaba lo que él calificaba como la habilidad de las colectividades oligárquicas para pulsar las fibras del pequeño burgués; la saña expoliadora de la gran burguesía y las vacilaciones de la burguesía nacional, e, incluso, el programa neoliberal y continuista que se aprestaba a aplicar Samper.

Correlativamente, no hubo evento o acontecer revolucionario que no fuera alcanzado por su mirada escrutadora para señalar su peso e importancia en el avance social y para participar en ellos o apoyarlos: huelgas obreras, movilizaciones campesinas, batallas sindicales, luchas de la juventud, campañas electorales revolucionarias, actividades de fuerzas políticas en alianza, paros nacionales, protestas civiles. En suma, la gama de movimientos de las masas: sus esfuerzos por sacudirse la explotación, sus luchas democráticas, la defensa de sus organizaciones, su resistencia ante la opresión nacional, todo ello descrito con brío porque constituían desbrozos para al cambio revolucionario.

Por contener todos esos hechos políticos, tratados dialécticamente en su objetiva y necesaria conexión, la obra teórica del camarada Mosquera adquiere el carácter de manual universal sobre lo que ha pasado en la nación y sus respectivas causas, sobre sus problemas y las soluciones que la llevarán hacia el desarrollo.

Forjada desde la posición del proletariado, ella es patrimonio de la gran mayoría de colombianos partidarios del progreso, la democracia y la soberanía nacional. Su asimilación es altamente necesaria hoy, cuando la resistencia contra la intervención del imperialismo de Estados Unidos y contra la política de sumisión nacional que lleva a cabo el gobierno de Ernesto Samper precisa, en primera instancia, que unos y otros “impidamos que se haga de la conciencia patria un costal de carbonero”,

A la creación de una más amplia conciencia nacional y una más vigorosa posición patriótica contribuirá el hecho de que los escritos de camarada Mosquera tienen como marco general, al igual que ocurrió con cada uno de sus actos políticos, la lucha contra la dominación que ejerce el imperialismo norteamericano sobre Colombia.

En ellos se describen de manera aguda las diversas particularidades que han adoptado las políticas de subyugación que éste ha aplicado en la segunda mitad del siglo XX, desde sus años de auge con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, pasando por su crisis y su derrota en Vietnam, hasta la iniciación del declive que ahora trata inútilmente de retardar llevando a cabo con fiereza su plan de volver a colonizar el mundo. En consecuencia, estos análisis sobre la política imperial apuntalan el llamado que nuestro Partido lanzó para que revolucionarios, demócratas, patriotas y progresistas unan fuerzas en un gran movimiento de resistencia antiimperialista.

Este camarada y compatriota poseía bravura para sumirse junto a los trabajadores en la lucha de clases, y sabio coraje para permitir que la dialéctica de las cosas generara la dialéctica de sus ideas. Y lo hacía convencido de que las empresas grandes, entre ellas la mayor, la revolución proletaria, precisan de la pasión. De allí que su paciencia no fuera una virtud subjetiva desligada de la realidad, sino una postura dictada por la manera como se producen los cambios en el mundo: lentas evoluciones a las que siguen saltos bruscos, en cuyos momentos la paciencia deja de ser virtud.

Su lenguaje vivo y el rigor en su escritura respondían a la necesidad de que sus conceptos fueran plenamente asimilados por los cuadros y combatientes urgidos de orientación, perspicacia y estímulo políticos, y no al estéril cultivo del preciosismo.

Concebir una firme guía teórica para la revolución colombiana, que por su naturaleza fuera un valioso aporte a la causa mundial del proletariado, fue el encumbrado fui de todas sus batallas. El camarada Mosquera triunfó en tan trascendental propósito.

Para la clase obrera siempre será el infatigable luchador y pensador de su causa, al que sólo la muerte -esa negación que necesita ser negada mediante la vida revolucionaria de decenas de miles hoy y de millones mañana- le dio reposo. Tal fue la esencia humana del prodigioso ser que hoy conmemoramos. Consecuentes con ella, la convertiremos en nuestra roja enseña.

Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario, MOIR

Comité Ejecutivo Central

Héctor Valencia, secretario general

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