deverdaddigital.com, noviembre 11 de 2016

Debemos desechar la superficial -y sobre todo falsa- idea de que Trump es un “outsider” que se ha colado en la política norteamericana sin apenas apoyos en los grandes nódulos de la burguesía y el Estado norteamericano.

Y mucho menos pensar, como algunos afirman, que va a imponer un “repliegue” a unos EEUU que se “desentenderán de los asuntos mundiales”.

Como todos los presidentes anteriores, Trump representa una línea y una alternativa sobre como conservar y fortalecer la hegemonía norteamericana en el mundo.

Para Trump -coincidiendo con algunos de los más reputados analistas de la superpotencia, como Z. Brzeznski- EEUU no puede contener en solitario la emergencia de China, calificada como la principal amenaza potencial a su hegemonía. Por ello defiende atraer, en una alianza global donde se aceptaría el papel preminente de EEUU, a países como Rusia. Por eso alaba públicamente a Putin.

Con el nuevo presidente EEUU no va a “desentenderse” de la OTAN. Lo que Trump exige es que los “aliados” aumenten su contribución a mantener la maquinaria militar norteamericana, amenazándoles con no protegerles “si no están al corriente de pago”.

Su oposición a la “globalización” o la defensa del proteccionismo no suponen un repliegue. Son una estrategia para contener la expansión de las economías emergentes, particularmente China -a la que Trump amenaza con una guerra comercial-, que están recortando el peso relativo de EEUU en la economía mundial.

Ahora se afirma que el grueso de la clase dominante norteamericana respaldó a Clinton y dio la espalda a Trump. No es verdad.

Su jefe financiero de campaña está vinculado a Goldman Sachs, y se postula como secretario del Tesoro. El cerebro de su plan fiscal fue alto directivo de JP Morgan. Y entre sus asesores económicos está el ex presidente de General Electric, uno de los principales monopolios norteamericanos.

Frente a la caída de las bolsas asiáticas o europeas… Wall Street subía tras conocer el triunfo de Trump.

La política económica de Trump, con una brutal rebaja fiscal del 35% al 15%, la reducción de regulaciones en banca, medio ambiente o farmacéuticas, o la amnistía fiscal para que bancos y monopolios repatríen beneficios, son algo más que un regalo para el gran capital norteamericano.

Trump no es un “multimillonario excéntrico”, ni un presidente no deseado por Wall Street. Es la alternativa para dirigir el imperio por la que han apostado importantes nódulos de la gran burguesía norteamericana.

También el corazón del Estado norteamericano ha dado alas a Trump. La intervención del FBI en la última semana de campaña, con una nueva oleada de correos desclasificados comprometedores para Clinton, ha tenido efectos en el resultado electoral.

Se ha difundido que en estas elecciones nos jugábamos evitar que un utrareaccionario como Trump ocupara la Casa Blanca. “Antes Hillary que Trump”, ha sido la consigna que ha seguido también buena parte de la izquierda.

Con Trump como presidente nos enfrentamos a serios peligros. Pero no por su conservadurismo, sino por ser el gestor de la hegemonía norteamericana, que necesariamente debe imponerse contra los intereses de los pueblos.

Con Clinton, la cuestión habría cambiado de forma pero no de fondo. Clinton no era la candidata “progresista”, sino la otra opción de la gran burguesía norteamericana para dirigir el imperio.

¿O no ha sido con Obama, el presidente norteamericano más “progresista”, cuando Washington nos ha impuesto una oleada de recortes, o ha desatado una sanguinaria guerra en Siria?

Los pueblos y países del mundo debemos unirnos, no para cambiar un presidente conservador por otro que imponga un “dominio suave”, sino para liberarnos de una hegemonía norteamericana que -adopte la forma que adopte y sea cual sea el inquilino de la Casa Blanca- es cada vez más antagónica con los intereses más básicos de la humanidad.

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