Si Tribuna Roja hablara diría que nació en el taller de un viejo y laborioso artesano donde para su impresión el plomo se fundía y los tipos de letras se refundían, y la tinta roja que coloreaba su nombre con frecuencia se derramaba entre sus páginas y, cuando al fin, por lo regular al amanecer, se completaban dos o tres mil ejemplares limpios, estos pasaban por manos delicadas que los apilaban y amarraban formando pequeños bultos para ser llevados en buses, por carreteras destapadas en su mayor trayecto, a otra media docena de ciudades donde eran entregados lentamente a otras manos, ora suaves, ora callosas con olor a tierra o aceite, que los recibían y procedían a abrir sus páginas. Diría que luego fue elaborada por numerosas imprentas y rotativas modernas y que llegó un momento en que alcanzó ediciones de 320 mil ejemplares que se repartían por ciudades, valles, montañas y costas del territorio nacional, pero que hubo otro momento en que dejó de tener vida durante ocho largos años, como si hubiese entrado en un túnel. Diría que renació con nuevos bríos y con vistoso colorido, y es llevada ahora, aunque en pequeñas cantidades, a un mayor número de sitios, donde manos que casi siempre ya conoce por lo regular pasan sus páginas mucho más despacio e incluso las subrayan. Y dirá que a pesar de sus duros partos, o quizás por eso mismo, hoy cumple sus cien números más plena de vigor.

Desde su fundación, el camarada Francisco Mosquera le dedicó a Tribuna una atención especial. Se preocupaba por su financiamiento y cuidaba cada una de las etapas de su elaboración. Participaba en la selección y corrección política y gramatical de los artículos, escribía enjundiosos editoriales y vigilaba su diseño y edición, mas sus principales esfuerzos se dirigían a cuestiones relacionadas con su redacción. En su empeño por formar militantes con cultura política y capacidad literaria que se dedicaran de tiempo completo al oficio del periodismo, ejerció un sabio magisterio sobre política, literatura, gramática, historia y ciencias. De hecho, el perdurable y creativo trabajo que el camarada Mosquera desplegó con Tribuna Roja, le define a esta su importancia.

Y si ensayamos una sucinta definición, se comprenderá la magnitud de esa importancia. Tribuna Roja es: el órgano periodístico del MOIR y “una herramienta idónea para los desposeídos y oprimidos en sus desvelos por la emancipación de clase” (F. Mosquera). Y es para los moiristas un instrumento de trabajo político entre la población, un medio para la cohesión ideológica del Partido y una guía en la orientación táctica y estratégica de su lucha política.

En la incesante batalla que se libra entre lo nuevo y lo viejo, es condición común a toda publicación que se proponga describir y analizar el proceso en que históricamente “va” la sociedad, la ciencia o la cultura, estar situada al lado de lo nuevo, puesto que, de hecho, nuevo es lo que necesariamente registra en cada momento de su edición. Y, también de hecho, no podrá evitar el enfrentamiento con lo que en ese momento aparece establecido y lo que es aceptado como verdad. Si se trata de una publicación política, como lo es Tribuna Roja, que como órgano del MOIR surgió destinada a registrar y analizar desde un punto de vista materialista y dialéctico los momentos que atraviesa la sociedad colombiana – su base económica y su superestructura social, sus relaciones de producción y la lucha de sus clases – no podía menos que enfrentar desde su nacimiento lo que encontró establecido: el dominio del imperialismo sobre la nación y el poder de la oligarquía colombiana, y lo que encontró como verdad aceptada: las ideas que sirven a ese dominio. Tribuna, entonces, como la política del MOIR que ella expresa, en cada uno de sus cien números ha ido contra la corriente de lo económica, política e ideológicamente prevaleciente en nuestra sociedad.

Por supuesto que para nosotros lo nuevo que se debe registrar en el periódico es lo que aparece como un avance social y cultural o lo que lo anuncia, no lo que lo detiene, entraba o constituye un retroceso, pues de la difusión de esto se encargan sobre todo – y de manera voluminosa, amplia y machacona – los grandes medios de comunicación, tanto los domésticos como los internacionales.

Casi siempre, escribir artículos y crónicas para el periódico ha sido una tarea que, entre otras actividades políticas, cumplen algunos militantes del Partido. Conforman un grupo más o menos estable de compañeros que cuentan con elementales conocimientos teóricos marxistas y buenas aptitudes culturales. En general, quienes participaron en la elaboración de los primeros cincuenta números aprendieron su oficio practicándolo, pero también apreciando las obras de periodistas y escritores revolucionarios o que poseían un pensamiento universal. Dada la tradición de calidad del periodismo y la literatura de Estados Unidos, no es paradójico que entre ellos se destacaran los norteamericanos Reed, Snow y Strong – que testimoniaron la gestación socialista en Rusia y China– London, Hemingway, y también Mailer y Talese…

Grande es el mérito, en razón a que han cumplido a cabalidad con su deber, que poseen los compañeros que han persistido hasta hoy en la prolongada brega de elaborar Tribuna y, entre ellos, como primus inter pares, Carlos Naranjo, quien desde el cuarto número ha sido su director. Tan enjundiosa labor no obsta, empero, para desconocer los valiosos aportes de quienes nos acompañaron durante largos períodos, los que para nosotros explicablemente fueron los de su mayor lucidez y consecuencia políticas, sin que ello implique ninguna descalificación de sus posteriores índoles ni tampoco de las actividades que asumieron, pues presumimos y apreciamos la sensatez y valor social de casi todas ellas.

Tribuna ha sido un instrumento del MOIR en la lucha ideológica. Característico de su última etapa – a pesar de que los veinte o treinta mil ejemplares sólo alcancen para unos miles de cuadros y activistas o unos cientos de frentes, como señalaba Mosquera – ha sido librar un cerrado combate contra la irrupción y posterior intensificación del neoliberalismo. Como este afecta directa o indirectamente todos los aspectos de la sociedad y del Estado y obedece al dictado imperialista de Estados Unidos, la batalla se desarrolla no sólo en el terreno económico sino en el político. Y como es de prever que en la mente de un buen número de colombianos – luego de “explorarlas” mediante sofismas – logre establecer, como se dice, “puestos de avanzada”, el pulso se extiende al campo ideológico. Allí, Tribuna ha venido refutando a los encumbrados ejecutivos y su ejército de académicos y profesionales sabihondos, dejando en claro que, tras sus ostentosos títulos universitarios, no pasan de ser unas medianías que padecen lo que el arquitecto Frank Lloyd Wright llamaba “exceso de instrucción y escasez de cultura”.

No falta quien considere que los artículos que analizan la situación social contenidos en Tribuna son demasiado radicales. Pero si bien Tribuna observa el lema leninista de ser “tan radical como la realidad misma”, lo cierto es que se ha cuidado, como lo constata cada una de sus cien ediciones, de caer en el tremendismo y la retórica extremista. Lo radical en la Colombia y el mundo modernos es la crudeza de la situación económica y social de las mayorías y la crudeza de la lucha de clases que contra ellas desatan las elites gobernantes, y no el registro y examen político que Tribuna haga de esas realidades. Partimos de que los temores que pueden albergar sectores de la población –– potenciales lectores de nuestra publicación sometidos a la constante zozobra generada por las violencias de todo tipo que se enseñorean sobre el país – no se extienden a que teman la claridad que sobre su situación puedan suministrarles las páginas de Tribuna. Todo lo contrario.

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