En este día luctuoso, en el que hasta la mañana se vistió de gris, estoy seguro que todos desearíamos estar padeciendo una inocentada, pero por desgracia no es así. María Lucía se ha ido para siempre. Ya no volveremos a escuchar sus reflexiones, ni sus iniciativas. Ya no volveremos a percibir su silenciosa pero muy efectiva actividad. No volveremos tampoco a recibir una de sus habituales reconvenciones. Pero nos queda su ejemplo, su testimonio de vida al servicio de los desposeídos, su capacidad de indignarse ante el despojo practicado por los poderosos contra los débiles.

La conocimos en 1998, buscando la solidaridad y la orientación de la clase obrera para la batalla que se empeñó en llevar hasta sus últimas consecuencias: la lucha contra el oprobioso cobro de valorización para la ampliación de la carrera 76 en Belén. Con una persistencia propia de quienes tienen los intereses propios supeditados a los de los demás encabezó la que muy seguramente es la más resonante lucha cívica del último siglo en la ciudad de Medellín.

La conocimos haciendo empanadas para recaudar fondos, con el mismo entusiasmo en que redactaba derechos de petición y solicitudes de reposición a las notificaciones del derrame injusto. Haciendo propaganda con la misma aplicación con que encabezaba puntualmente las marchas, los plantones, los mítines, los paros o las ruedas de prensa. Convocando y atendiendo reuniones pequeñas, medianas o grandes, con la misma decisión que confrontaba a los oportunistas que pretendieron en su momento asaltar la dirección del movimiento para usarlo con propósitos personales. Encabezando la confrontación con la policía con una energía, comparable en su intensidad, con la ternura con la que asistía a los más incapacitados de la comunidad, empezando por la cantidad enorme de adultos mayores que participaron en las movilizaciones.

Y después la conocimos solicitando militar en el MOIR, primer partido en el que realizó vida política y con cuyos postulados murió aferrada en el día de hoy. Aquí se comportó de la misma forma: cumplida al extremo, las cuotas pagadas los cinco primeros días del mes, las reuniones de trabajo y estudio a la hora en punto, las tareas cumplidas y la exigencia de que fueran evaluadas las suyas y las de los demás.

Y no era un ser adusto. Tenía un fino sentido del humor, al punto que se le ocurrió una cosa que solo a ella se le hubiera ocurrido: conocer el discurso que yo como su jefe político habría de pronunciar ante su tumba. Sí, así como lo oyen, varias veces me dijo el fin se acerca y no me has traído el borrador del discurso, porque yo necesito saber que vas a decir de mí desde ya, pues dicen que dentro del cajón no se oye nada.

Sabía que se iba a morir. Sabía también que era uno de los millones de colombianos que son víctimas de la Ley 100, pues para quienes no lo sepan, María Lucía no se murió de cáncer, se murió de Ley 100. Su cáncer, con diagnóstico temprano hubiera sido curable. Pero cuando sintió los primeros síntomas solo recibió IDA (Ibuprofeno, Diclofenaco y Acetaminofen). Los médicos inexpertos y temerosos de ordenar exámenes costosos, pues saben que trabajan con el único propósito de mejorar la renta del capital financiero dueño de las EPS, le decían que su padecimiento no pasaba de ser efecto de gases estomacales. Con sorna repetía: ¡pendejos! como si uno a esta edad no supiera la diferencia entre un pedo y un dolor.

Con el mismo valor que enfrentó al imperialismo, a la oligarquía, al Alcalde Juan Gómez, a la policía, al uribismo y en este último periodo al santismo, enfrentó la dolorosa enfermedad. Buscó cura por todos los medios materiales a su alcance, viajó a Venezuela, se sometió a tratamientos de diversa índole, consultó con expertos, investigó en la internet, pidió segundas y terceras opiniones, pero jamás le concedió un milímetro a la hechicería o a las pócimas sobrenaturales que ofrecen los loteadores de paraísos y nirvanas.

Sabía que tenía la muerte cerca y que lo único que podía hacer era buscar una cura existente en este mundo, si era que la había. Cuando ya no fue posible encontrarla, tenía perfectamente claro que lo único que le quedaba era acudir a los cuidados paliativos que ha desarrollado la ciencia médica, pero hasta para eso estorbó hasta el final el perverso sistema de salud. La situación era tan ridícula que la EPS no le autorizaba una cita con el especialista en cuidados paliativos si no había hecho previamente un examen y después de la tenaz lucha para que le autorizaran el examen, nos encontrábamos que si había orden para el examen, pero éste necesitaba medios de contraste que no estaban en el POS y había que pedir autorización a Bogotá.

Cuando hoy expiró su último aliento, estoy seguro que lo hizo satisfecha del deber cumplido. Todos cuando nos morimos dejamos pendientes, pues lo natural es que no nos alcance la vida y punto. Pero hay seres que, habiéndoles alcanzado el tiempo, no hicieron lo correcto y lo necesario. No es el caso de María Lucía, sabía que estaba preparada para morir pues había hecho todo lo que en concordancia con sus capacidades y posibilidades era posible.

Cerca de 12 años de vida militante fructificaron. Fundó el MOIR y posteriormente el POLO en Belén, atendió cumplidamente su actividad como funcionaria de la USO, atendió en muchas ocasiones frentes que no le correspondían, como cuando nos ayudó por un tiempo en el trabajo agropecuario. Ayudó también a vincular al partido a jóvenes estudiantes que por esos curiosos paradigmas acudían a la USO en busca de orientación y consejo.

Su entusiasmo con el POLO fue sobresaliente. No coronó la constitución del Comité de Base de Belén, pero dejó las bases sólidas para instalarlo y por eso creo que el primer homenaje después de la desaparición de María Lucía, es colocarle su nombre a ese Comité, como una manera de preservar su memoria y su ejemplo.

Hoy devolvemos a la tierra sus despojos mortales, hoy desearíamos que esto no fuera cierto, pero lo es y hoy estamos obligados a seguir su ejemplo de valor, dignidad, coraje, persistencia y consecuencia entre lo que se piensa y lo que se hace. No habrá paz en la tumba de María Lucía hasta que millones de colombianos obren como ella y entiendan la importancia del valor y la resistencia contra la opresión. Honremos su memoria con gestos simbólicos, pero sobre todo siguiendo su ejemplo.

A Gabriel, a Doña Marta, a Rogelio les queremos decir que además de la herencia de su testimonio de vida, María Lucía les ha dejado otro legado: esta familia, la del MOIR y del POLO. Aquí estaremos listos para que en todos nosotros encuentren todos los días a la que se fue y no se fue, pues vivirá siempre en nosotros.

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