Al conmemorar a Francisco Mosquera, los integrantes del MOIR que él erigió afrontamos dos riesgos. Primero, que nuestro gran respeto por su trayectoria vital aparezca como una actitud que atañe meramente a nuestra intimidad política y, segundo, que nuestro afán porque sus ideas permanezcan vivas pueda insinuarse como intransigencia que, paradójicamente, las embalsamarían. Pero no pocas veces para salir de un riesgo hay que correr otro, cual sería abusar esta noche de su deferencia al acompañarnos, expresando unas sucintas observaciones en torno al conmemorable.

Es cierto que su pensar y su hacer se rigió por las categorías filosóficas y sociales del marxismo, por lo que es natural que las cualidades que labró desde su juventud, justipreciadas no sólo por nosotros sus adictos, sino por sus amigos y hasta por contradictores sensatos, no se puedan explicar desligadas de sus lides políticas. Tal caracterización revela que Francisco Mosquera poseía el valor, siempre tan indispensable, de ser consecuente con su pensamiento. Entereza más encomiable aún cuando el rasgo distintivo de ese pensamiento era la universalidad. De allí que despreciase la estrechez de miras y la mediocridad y le repugnaran las sectas y los sectadores.

Si bien era conocida su dedicación y rigurosidad en el estudio de los textos clásicos marxistas, sólo unos cuantos de sus allegados sabían de su entusiasmo por la buena literatura tanto nacional como mundial, y en especial la fruición, no exenta de deslumbramiento, con que leía las novelas de autores como Fielding y Scott, Tolstoy y Balzac, London y Steinbeck; su ferviente interés por los hallazgos e investigaciones de antropólogos modernos como Leakey y Johanson; el brío con que se adentró de la mano de Suetonio y Mommsen en el examen de la historia de Roma y también en la del continente americano, apoyado en los aportes de Germán Arciniegas, en fin , su gran respeto por los hombres de ciencia norteamericanos cuando exploraba, como si emprendiese una einsteiniana aventura del pensamiento, los vertiginosos avances en la física, la química y la biología.

Pero al abordar estos campos de la creación artística y la experimentación científica, al igual que el de la política, la cual analizaba como una ciencia y practicaba como una pasión, Mosquera nunca fue un diletante. No se lo permitía, ni el respeto hacia los trabajadores, ya que para ellos cultivaba su espíritu, ni la primacía y alta estima que le asignaba a la defensa e impulso de sus supremos intereses.

A partir de su muerte, a la que Mosquera le daba gran importancia por ser un fenómeno que sella y define el valor de la vida, su obra quedó sometida a que sea su confrontación con los hechos sociales lo que vaya revelando su enjundiosa dimensión. De manera irresistible, la verdad contenida en ella simplemente reclama la posibilidad de aflorar.

Pero mientras las surgentes realidades van facilitando a las gentes la histórica escarda que les permita aprehender y atesorar los conceptos de Mosquera, estos están expuestos a ser negados o desvirtuados sin que él ya pueda ni debatir ni elegir. Es obvio entonces que le corresponda al MOIR su divulgación y desarrollo, sin amputarlos de su concreto contexto político, para que en el vórtice de las contradicciones sociales, que son su elemento, puedan prevalecer.

Ni profeta ni adivino, pero si clarividente, Mosquera, plasmó en sus escritos criterios que tienen vigencia en el período histórico que estamos viviendo, en razón de que este, caracterizado por la globalización neoliberal que impone Estados Unidos, es el mismo que en sus inicios él analizó. Creemos que su carácter orientador rebasa los confines políticos del MOIR y es más que necesario en esta hora cuando nuestra nación ha sido llevada a una encrucijada que no tiene precedentes; cuando el futuro bajo el neoliberalismo al que nos invitó Cesar Gaviria hace casi tres lustros se ha probado como una celada para impedir que tengamos alguno; cuando en su avaricia la aristocracia financiera internacional y, en su grado y medida la doméstica, promueven a través de sus instrumentos de poder, empezando por los estatales, el recurso a acciones y expedientes de absolutismo e intolerancia que la civilización había arrojado a la cloaca de la historia; cuando en Colombia desde la presidencia se sirve con avivamiento y férvida manía a esos designios y se utilizan a discreción algunos de esos medios y, por contera, se amenaza con prolongar su ejercicio.

Al respecto, no es de extrañar que esto se proponga con la insolencia grotesca que adopta el engaño, pues responde a una inveterada estratagema: causarle estupor a un considerable sector de la población enfatizando las acechanzas de la enrevesada violencia y el terrorismo, a fin de someterlo a la que es quizás la peor forma del absolutismo, la de aquel que no es percibido como tal.

Para que no se caiga en ese estupor y se reconozca la rampante mano dictatorial de Uribe Vélez, urge, al estilo de la posición y lenguaje exentos de equívocos de Mosquera, establecer una definición integra y nítida de las causas y los causantes de una situación que se mueve entre lo dramático y lo trágico. No por dejar de designar a las cosas y los fenómenos por su nombre, como les interesa a quienes hoy tienen lo que en la antigüedad llamaban la bolsa y la espada, y como les encanta a otros por desavisados, estos cambian de naturaleza o pierden sus categorías.

Digamos pues a los cuatro vientos que coadyuvando a la recolonización del país por parte del imperialismo de Estados Unidos, en Colombia se está implantando una política antinacional y antidemocrática y que para ello se desarrolla desde el Estado, promovida por la cúpula financiera, una implacable lucha de clases contra la casi totalidad de la población.

Denunciemos que las muertes y el grave deterioro humano que hora por hora causan entre capas enteras de colombianos la aplicación de esa política, son semejantes al de un genocidio. Y que, sin miramientos, Álvaro Uribe y su séquito parlamentario les imprimen a esas disposiciones fuerza legal con diligente devoción, cual si fueran ofrendas votivas a los intereses imperiales de Washington.

No obstante que prominentes aspectos de esa situación aparecen registrados de manera recurrente en documentos de organismos tanto nacionales como internacionales, la política neoliberal que la engendra y ahonda, la misma que Uribe quiere prolongar con su reelección, se sigue presentando, en otra astucia más, como la solución.

Es claro que como respuesta a las pretensiones de consolidar tan nefasta política, no es consecuente ni serio proponerles a los vastos sectores que la padecen que transiten un camino de dilaciones. Ni se les puede honestamente plantear que se atengan a posibles cambios insustanciales bajo sucedáneas administraciones que, lejos de remediar sus males, ni siquiera conducen a que todo siga igual, como lo soñaba el discreto y acomodaticio personaje ideado por Lampedusa, sino a una más aciaga prolongación del abrumador statu quo.

Una respuesta certera debe considerar la indispensable unidad entre las fuerzas opuestas al conjunto de la política imperante. Más esta unidad, superando lo coyuntural, debe contar con un programa político que consigne como puntos mínimos la salvaguarda de la soberanía económica y política, la protección del trabajo nacional y las reivindicaciones laborales, la defensa de la producción nacional y la ampliación de las libertades, derechos y opciones democráticas. Sobre estos postulados básicos, que corresponden a una izquierda sin ambages, estamos seguros de que tenemos con ustedes y con los colombianos en quienes alienta un espíritu democrático y patriótico, así como con las organizaciones políticas y sociales que los representan, una gran semejanza que prima sobre las naturales diferencias.

En la perspectiva de la defensa de nuestra soberanía, el desarrollo de nuestras fuerzas productivas y el progreso político, social y cultural de nuestra nación, el MOIR, cual fue la enseñanza de Francisco Mosquera, se aliará con quienes compartan tales postulados, sin excluir a nadie. Así, su mensaje, que es el nuestro, presidirá no sólo esta conmemoración sino las luchas en lo por venir.

Muchas gracias por su asistencia y por escucharnos.

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